¿Ha sentido alguna vez ese nudo en el estómago cuando está a punto de hacer algo que cambiará su vida para siempre? ¿Ha sentido alguna vez náuseas al surcar el mar o, tal vez, un río de aguas revueltas? Le aseguro que lo que está a punto de leer sobre Normandía y el Día-D le removerá las entrañas y, por qué no decirlo, la conciencia, pues lo que va a experimentar puede ser algo similar a lo que muchos hombres vivieron varias décadas atrás.
Hablo de un lejano 6 de Junio de 1944, cuando millares de soldados norteamericanos, a bordo de ruidosos lanchones de desembarco, se aproximaban hacia las playas de Normandía. Pero no nos olvidemos de los alemanes que defendían aquel sector de la costa francesa, ya que ellos también padecieron un huracán de fuego que arrasó de extremo a extremo el litoral normando.
Al despuntar el alba, a modo de preludio de lo que llegaría a ser una jornada sangrienta, cientos de embarcaciones de todo tipo lidiaban con el bravo oleaje que sacudía el Canal de la Mancha. La climatología, desde comienzos de mes, parecía cebarse con uno de los escenarios más emblemáticos de la Segunda Guerra Mundial.
Hombres y lanchas de desembarco alcanzan las playas de Normandía.
Algunas de esas embarcaciones, dotadas de cañones de gran calibre, escupían obuses sin cesar hacia una vasta diana llamada Normandía. El estruendo era ensordecedor. Otras, destinadas al transporte de tropas de asalto, recibían incontables golpes de olas agrestes. Millares de fusiles M1-Garand despuntaban sobre el perfil rectilíneo de aquellas sobrias embarcaciones repletas de hombres que a duras penas contenían el aliento, por no hablar del vómito, que ya salpicaba el uniforme de muchos infantes.
El mar, demasiado revuelto, agitaba las lanchas donde, apiñados como sardinas en lata, los soldados se aprestaban a participar en una batalla cuyo estrépito iba a reverberar en las páginas de los libros de Historia.
Hombres invadidos por la incertidumbre, la curiosidad, el coraje y, por supuesto, un miedo sobrecogedor que rezumaba por ojos que miraban sin ver. Ojos carentes de brillo. Ojos cargados de ilusiones, sueños y esperanzas a punto de resquebrajarse, junto a sus almas, de un momento a otro…
Yo estuve allí, en aquella playa denominada en clave Omaha, pero varias décadas después. Recuerdo que en mi primera incursión en Normandía apenas sobrepasaba la veintena, como muchos de los soldados que allí lucharon y murieron, también en su primera visita a Normandía. Recuerdo a la perfección el olor a mar, intenso, cargado de dolor y evocación al pasado. Allí, en Omaha, disfruté de uno de mis mejores viajes de documentación. ¿Por qué? Acompáñeme y lo descubrirá…
Esta entrega al completo, y muchas más, disponible en mi reciente publicación titulada «Soldados. Hazañas y batallas».
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Ⓟ y Ⓒ Daniel Ortega del Pozo
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