Recuerdo aquel día de Abril de 2017. Llovía mucho. Demasiado. El lugar al que acababa de llegar, un cementerio junto a una modesta villa, desprendía quietud. Excesiva. Podría definirla como fantasmal. Todavía en el interior de mi coche, ya con el motor parado, la lluvia repiqueteaba con fuerza sobre la estructura del vehículo. Una fina hilera de vapor se deslizaba desde las entrañas del mismo hacia el exterior. Así lo atestiguaba una nubecilla blanquecina que pronto se difuminó a causa de las gotas de agua, fría, como aquella jornada. Abrí la puerta y, con decisión, decidí apearme. No había vuelta atrás. Estaba en Halbe, Alemania. Nada a esas alturas iba a detenerme. Hasta allí había llegado con una sola idea en mente: impregnarme de lo que en aquel lugar había sucedido durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial.
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Mis primeros pasos, dubitativos en primer término, me condujeron hacia un modesto monumento erigido junto al perímetro exterior del cementerio. Una placa metálica, de sobrio diseño, destacaba sobre unas rocas que conformaban una suerte de monolito cuyo silencioso mensaje apenas es percibido por los paseantes. Grabados en su superficie figuraban nombres de los soldados nacidos en Halbe que cayeron en combate durante la Gran Guerra. Húmeda de arriba abajo, aquel homenaje de piedra y metal parecía exudar lágrimas repletas de dolor y nostalgia.
Justo entonces, inmóvil ante el pétreo tributo, sentí fluir en mi interior el respeto por quienes mueren a causa de la sinrazón, lejos del hogar, en brazos de un camarada o al amparo de la piadosa mirada de una enfermera, arropados por el fragor de la batalla o, tal vez, mecidos por los agónicos lamentos de otros seres humanos consumidos por el dolor. Reparé en cada detalle de aquella placa, donde resaltaban impactos de metralla y orificios ocasionados por las balas que allí fueron a estamparse en otro mes de Abril, este otro mucho más lejano, pues hablo del año 1945...
La estilizada lista de nombres y apellidos, acompañados de las correspondientes fechas que señalaban la defunción de los grabados en la placa, parecía reclamar su protagonismo aquella oscura jornada, presidida por un cielo plomizo y entristecido; tal vez los protagonistas de este artículo fueron sus hijos, o tal vez fueron sus nietos… Pero, en esta ocasión, de quienes hablaré en esta entrega de “Curiosidades bélicas”, no hallaron la muerte lejos de Alemania, más bien podría decirse que fueron aniquilados en suelo patrio.
Antecedentes de la batalla de Halbe.
Nos encontramos en la recta final de Abril de 1945. La batalla de Seelow, que comenzó el pasado día 16 del mismo mes, parece un mal recuerdo en las mentes de aquellos que han sobrevivido a la carnicería. En apenas 72h. de combates, alemanes y rusos suman un total de cincuenta mil bajas, entre muertos y heridos. Pero la pesadilla aún no ha terminado. La guerra en el frente oriental, que ahora se desarrolla en territorio alemán, todavía tiene algo que ofrecer: la penúltima gran masacre.
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General Theodor Busse.
Theodor Busse, general alemán al mando del IX Ejército, ante el furioso empuje soviético procedente del Este, se ve obligado a retirar a sus tropas hacia las inmediaciones de Berlín. Sus ochenta mil hombres conforman una mezcolanza extraña. Soldados de las Waffen SS, Cazadores de Montaña, también de las SS, hombres de la Wehrmacht e incluso miles de civiles conforman una columna variopinta donde la incertidumbre, la desesperación y el horror resulta patente en los ojos de la mayoría de ellos. Otros, aún dispuestos a presentar batalla al Ejército Rojo, se muestran con semblante amenazador, pues para ellos la guerra aún no ha terminado; quieren luchar hasta el final, pese a quien pese, lo van a hacer…
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Ⓟ y Ⓒ Daniel Ortega del Pozo
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