Guerra. La sinrazón llevada a su máximo exponente. Conflicto entre seres humanos donde lo último que brilla es la humanidad de los que la protagonizan. Pero, ¿acaso es siempre así una guerra? Me temo que, afortunadamente, no.
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En esta nueva entrega de “Curiosidades bélicas” relataré algo insólito, un hecho inimaginable en aquel año de 1914 que seguro despertará la atención del lector y le hará experimentar lo mejor y lo peor de lo que es capaz de perpetrar un ser humano.
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Bélgica, últimos días de 1914.
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Incontables soldados alemanes y aliados se encuentran agazapados en el interior de sus respectivas trincheras. Es la víspera de Navidad. La jornada del 24 de Diciembre se presenta gélida al amanecer. Un día más donde el frío y la humedad penetran los uniformes y alcanzan los huesos de aquellos pobres hombres destinados a padecer lo indecible. ¿He dicho un día más? Sí, el sol despunta en el horizonte para revelar un panorama desolador a los ojos de miles de soldados desplegados en las trincheras belgas.
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Trinchera alemana. Los hombres se agazapan a la espera del asalto enemigo.
En muchos lugares del frente, durante las primeras horas de la mañana, las armas retumban como cualquier otro día. Disparos, explosiones, el silbido de la metralla… Todos comparecen al alba, puntuales, como es de costumbre desde el comienzo de las hostilidades en la Gran Guerra. Numerosos cadáveres salpican la tierra de nadie, teñida de blanco por la nieve y el hielo.
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Cuerpos inertes, algunos con la espalda recostada sobre el suelo y con los brazos en alto, parecen reclamar un socorro que jamás llegará, pues sus almas han ido a un lugar mucho mejor, a un lugar donde la paz eterna ya les acoge con abrazo cálido. La muerte no conoce nacionalidades, cadáveres de alemanes, franceses, ingleses y escoceses decoran de un modo macabro todo cuanto alcanza la vista de sus camaradas…
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Temblando a causa de la severa climatología, unos y otros prosiguen con sus tareas habituales dentro de sus respectivas trincheras. Continúa la vigilancia del enemigo. Algún que otro bombardeo tiene lugar. El tableteo de las ametralladoras también reclama protagonismo. Los fusiles no se quedan atrás. Como todos los días en el frente, nuevas bajas engrosan las listas de muertos y heridos de cada ejército sumido de lleno en el grotesco infierno…
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Esta entrega al completo, y muchas más, disponible en mi reciente publicación titulada «Soldados. Hazañas y batallas».
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Ⓟ y Ⓒ Daniel Ortega del Pozo