CURIOSIDADES BÉLICAS #20: Nachtjäger. “Vampiros” en el campo de batalla.

Por extraño que parezca al lector este titular, más propio de una novela de vampiros, esta nueva entrega de “Curiosidades bélicas” tiene como protagonista la tecnología militar alemana desarrollada antes de la Segunda Guerra Mundial y perfeccionada durante la contienda.
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Muchos historiadores afirman que, durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes emplearon tecnología militar muy avanzada para su época. Otros, por su parte, secundan una vertiente más progresiva de la evolución tecnológica en materia de armamento del Ejército alemán.
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A diferencia de la actualidad, donde los progresos en cualquier campo parecen lograrse de hoy para mañana, en la década de los años 20 y 30 del siglo XX, Alemania comenzó a experimentar en muchas facetas relacionadas con la esfera castrense. Desde la aviación hasta los sumergibles, sin descuidar, por supuesto, armas, vehículos y un sinfín de áreas que, ya adentrados en los años 40, vieron su “culminación” (veremos que apenas marcaron el inicio del camino).
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Incluso después de la guerra, las potencias vencedoras imitaron la tecnología capturada a los alemanes y, como bien es sabido, “reclutaron” a muchos científicos para mejorar sus propios programas militares, científicos e incluso espaciales (Operación “Paperclip”).
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Pero, para poner cara a uno de tantos ejemplos, permítame el lector adentrarle de lleno en la acción…

Primavera de 1945.
Anochece en algún lugar del frente. Con el ocaso de un día dominado por la claridad absoluta, el horizonte se tiñe de una tonalidad anaranjada que pronto dará paso a una noche estrellada, aunque carente de luna. Arropados por la seguridad que ofrece una densa arboleda, los Nachtjäger (cazadores nocturnos) aguardan impacientes la orden de ataque. Un singular elenco de “vampiros” del Ejército alemán cuenta los minutos para que la línea del horizonte engulla al sol de una vez por todas. Solamente entonces podrán desatar una auténtica tormenta de caos y destrucción a lo largo y ancho de las posiciones enemigas.
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Los hombres seleccionados para esta misión guardan silencio absoluto. No son muchos, apenas llegan al centenar, pero su moral es elevada. Permanecen inmóviles en medio de una oscuridad que parece engullir todo alrededor.

Soldados alemanes en 1944.
Alguien susurra la orden de avance. Después, labios sellados. Sombras confusas se deslizan entre la vegetación. El rostro de quien se encuentra agazapado a medio metro apenas resulta visible. Con gran delicadeza, los soldados alemanes posan sus botas sobre el mullido manto de hierba.
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Progresan confiados, pues los exploradores ya han comprobado el terreno hasta el lindero del bosque. No existen minas ni trampas explosivas de las que preocuparse.
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Al poco rato, los hombres llegan al límite de la masa arbórea, donde se reúnen con sus camaradas exploradores. Agachados, aguardan en el punto acordado a que aparezca la peor pesadilla que, en cuestión de minutos, se materializará sobre el objetivo.

Visor infrarrojo Zielgerät ZG 1229 «Vampir».
Un oficial recorre la línea conformada por sus hombres. Golpea el hombro de aquellos que cuentan con una extraña mochila en su espalda. Pesa casi 15 kilos. Justo debajo, el contenedor de la máscara de gas sirve para almacenar algo bien distinto…
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En sus manos, un fusil de asalto StG-44 (Sturmgewehr-44) equipado con un dispositivo especial.
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Se trata de un visor infrarrojo modelo ZG 1229 “Vampir”, ideal para combates nocturnos. En total, arma y visor suman, aproximadamente, ocho kilos adicionales al equipo que porta encima cada soldado.
Sorpresa total.
Dedos silenciosos ponen en funcionamiento el visor nocturno. A continuación, las armas apuntan al frente y, en el teleobjetivo, se dibuja una aldea ocupada por el enemigo. Varias hogueras, de brillo tenue, cuyas pequeñas llamas parecen danzar al compás que marca una brisa suave, iluminan los rostros de los soldados que templan las manos a su alrededor.
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Confiados, ajenos a cualquier peligro, comparten tabaco y bebida. Conversan acerca de la guerra. Incluso apuestan acerca de lo que aguantará en pie Alemania. Unos dicen que semanas, otros rebaten a los primeros, aseguran que el Tercer Reich sucumbirá en cuestión de días.

Infante alemán con un StG-44.
De pronto, un soldado de enlace alcanza al oficial alemán responsable de aquel pequeño destacamento perfectamente camuflado en la hilera de árboles. El joven soldado que porta el mensaje suelta un rosario de palabras atropelladas, pero consigue hacerse entender. Parece que su corazón está a punto de emerger por la boca.
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No hay más que hablar. El oficial realiza aspavientos con los brazos al tiempo que da la orden de ataque. Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. De inmediato los disparos restallan por todas partes. A lo lejos, los primeros enemigos caen abatidos por los disparos; unos heridos y otros muertos a causa de los certeros balazos alemanes. Con el plomo alemán se difuminan sus anhelos de retorno al lejano hogar.
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Mientras algunos soldados alemanes disparan, sus camaradas recargan los StG-44 que manejan con letal precisión y aprovechan para cambiar de posición. No tardan en progresar unos metros hacia la aldea que se les ha ordenado tomar. Justo entonces, el rugido lejano de varios vehículos blindados se hace notar entre las detonaciones de las armas de la infantería.
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Sorprendidos, los defensores de la posición se arrojan al suelo o tratan de buscar refugio en cualquiera de las casas que han sobrevivido a la devastación de la guerra. Desorientados, embargados por el terror, abren fuego en cualquier dirección. La confusión es total. Desconocen el lugar desde el que proviene el ataque. Apenas aciertan a disparar allí donde pequeños fogonazos iluminan la noche unas décimas de segundo. Imposible repeler a un enemigo que aparece y desaparece aquí y allá.
Vehículos blindados.
A lo lejos, un reducido grupo de Panthers germanos flanquea la aldea. El lejano rugido de sus motores llega a oídos de los defensores cuando las armas se toman un respiro, pues quienes las manejan precisan recargar munición. Tras apostarse en unos pliegues del terreno perfectos para comenzar la caza, las tripulaciones de los Panthers ajustan sus respectivos visores nocturnos.

Carros alemanes «Panther» en Febrero de 1945.
Junto a ellos, cómplices, unos semiorugas SdKfz 251 rocían con haces invisibles el campo de batalla. Estos últimos portan sobre su estructura unos proyectores infrarrojos de 60 cm. de diámetro capaces de barrer varios cientos de metros por delante con su indetectable luz delatora.
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Por su parte, los Panthers, armados con distintos visores de la serie FG 1251, reconocen las primeras siluetas de vehículos enemigos. Camiones, blindados y motocicletas se dibujan con nitidez en los objetivos alemanes. Mientras la infantería concentra la atención del enemigo en un flanco de la villa, pronto se suceden los primeros cañonazos de los Panthers, que arrasan con la retaguardia para facilitar la labor de aniquilación a sus camaradas.
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Bolas de fuego iluminan la noche cerrada. Chatarra incandescente salta por los aires allí donde aciertan los obuses teutones. Lo que antes era una desafiante hilera de carros de combate enemigos estacionados a la espera de reemprender la marcha cuando despuntase el alba, ahora simula una línea incandescente capaz de cegar a quien, a su lado, corre por su vida. Aullidos y lamentos se entremezclan con el ensordecedor diálogo de las armas.

Equipo infrarrojo equipado en la torreta de un carro de combate.
Apostados en el interior de las casas, los sorprendidos defensores luchan por sobrevivir, mas pronto se ven sepultados bajo montañas de escombros. Nubes de polvo y denso humo grisáceo convergen hacia el cielo, que parece reclamar almas a un ritmo vertiginoso.
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Los Panthers no hacen uso de sus ametralladoras. No resulta preciso ya que los obuses que escupen sus cañones se sirven por sí mismos para sembrar de cadáveres la aldea y sus alrededores.
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Con fe ciega en la victoria, la infantería alemana comienza a caminar hacia el pueblo en llamas. Sus visores nocturnos apenas sirven para ver en la noche más allá de cien metros, pero es más que suficiente para comprobar que los soldados enemigos corren hacia ellos en desbandada. En su alocada carrera, la infantería deja atrás la rutilante aldea con ojos abiertos como platos, fieles indicadores de la demencia absoluta.
¿Quiénes son los misteriosos atacantes?
Enloquecidos por la inesperada acción de un enemigo al que daban por vencido, los soldados que hasta hace bien poco disfrutaban confiados de una apacible madrugada de primavera, no tardan en conocer a sus verdugos invisibles. Aquellos que no han perecido en el infierno en que se ha convertido aquel amasijo de ruinas humeante y han logrado correr en dirección al bosque, se dan de bruces con una pequeña formación de soldados alemanes que esgrimen extrañas armas y portan un equipo aún más insólito.

SdKfz 251 con equipo proyector a bordo.
Muchos de los recién capturados son novatos destinados por su Ejército a labores de ocupación del territorio previamente conquistado por otros camaradas mucho más curtidos que ellos. Aunque algunos reconocen los envidiables Stg-44 del enemigo, no dejan de mirar algo que les resulta totalmente profano…
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¿Qué son aquellas mochilas? ¿Qué es eso que llevan instalado encima de los fusiles de asalto? ¿Quién demonios son aquellos hombres capaces de irrumpir de ese modo tan arrogante en la noche?
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Más adelante hallarán respuesta a sus interrogantes… Pero, de momento, con los brazos en alto, desfilan hacia el bosque desde el que, instantes atrás, han emergido los alemanes. Algunos vuelven la mirada. En sus retinas quedan grabadas imágenes espeluznantes.
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Hombres envueltos en llamas caen como frutos maduros de balcones y ventanas desde los que disparaban en respuesta a alguien que eran incapaces de ver. Otros vuelan por los aires justo cuando trataban de meterse en una zanja. Apenas sus botas humeantes son el único vestigio que resta de ellos. Los vehículos que tratan de dejar atrás el pueblo pronto dejan tras de sí una estela de humo y fuego abrasador, pues los Panthers, justo antes de retirarse, barren el terreno sin compasión. Aquellos que han decidido resistir hasta el final pagan con su vida la afrenta a los tanques alemanes.

El temible «Panther» alemán.
Poco después, con los Nachtjäger de nuevo en el bosque y los prisioneros a buen recaudo, los carros de combate y el resto de semiorugas alemanes retornan al punto de partida. Labor concluida.
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Al amanecer, si es que a alguien en el puesto de mando de la División le interesa aquella montaña de escombros salpicada de cadáveres, llegará otra unidad alemana para ocupar los vestigios incandescentes de lo que, minutos atrás, era un pueblo más en las inmediaciones de la línea del frente.
Mito y realidad.
El presente relato que, espero, haya paladeado el lector, bien pudo ser una acción de una compañía de infantería alemana apoyada por un reducido grupo de Panthers; o tal vez a la inversa, un golpe letal asestado al enemigo a cargo de un grupo de Panthers escoltado por una unidad de infantería.
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Lo que sí es cierto es que existieron las armas de las que he hablado, esas armas y esos carros de combate en los que el lector ha podido mirar a través del teleobjetivo y disparar a placer en el anonimato de la más profunda oscuridad de aquella noche primaveral de 1945.

«Panther» con dispositivo infrarrojo, en la actualidad, preservado en un museo militar de Koblenz (Alemania).
Mucho se ha hablado desde entonces de la tecnología alemana de la Segunda Guerra Mundial. Pero en el caso que nos atañe, la tecnología de los dispositivos infrarrojos, es algo en lo que los germanos comenzaron a trabajar ya en la década de los años 30.
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Debido al comienzo de la guerra y la necesidad de conseguir ventaja sobre el enemigo, esta tecnología fue desarrollada al ritmo, lento, que marcaron las condiciones y los recursos destinados a este programa.
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No fue hasta el año 1942 cuando los primeros prototipos llegaron a manos de los soldados, pero puede decirse, según afirman muchos historiadores, que fue 1944 cuando la Wehrmacht pudo disponer de los modelos más estables y perfeccionados de visores nocturnos para equipar a bordo de sus blindados o instalarlos en las armas empleadas por la infantería.
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Algunas unidades encuadradas en divisiones de la Wehrmacht y de las Waffen SS llegaron a dar uso a estos visores infrarrojos durante combates nocturnos. Hay fuentes que citan que únicamente se emplearon en el frente oriental, pero otras extienden su utilización también al frente occidental. Hay una cuestión en la que sí hay consenso: el reducido número de unidades producidas y la escasa cantidad de ellas que llegaron a emplearse en el campo de batalla.

Soldado aliado prueba un StG-44 con visor infrarrojo capturado.
Existen casos documentados de su utilización y también de su destrucción (los alemanes recibieron la orden de inutilizar estos dispositivos especiales si corrían peligro de caer en manos enemigas).
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Pero también existen casos documentados de capturas de estos artefactos por parte de rusos, británicos y americanos. Hoy en día incluso pueden verse en museos… Eso sí, hay que buscar bien el lugar de exhibición, pues son contados los ejemplares que a día de hoy puede contemplar el público aficionado a la historia militar.
Conclusiones.
Si algo se puede extraer de toda la información de la que se dispone de esta revolucionaria tecnología perfeccionada durante la Segunda Guerra Mundial, es que la acción en el frente de estos “vampiros” alemanes en el campo de batalla jamás fue decisoria o llegó a decantar el curso de la guerra en favor de Alemania. Ni mucho menos, pues cuando estos dispositivos de combate nocturno llegaron al frente ya era demasiado tarde, pues la guerra agonizaba y el Tercer Reich de Adolf Hitler vivía sus últimos días.

Infantería alemana a lomos de una «bestia de acero».
Eso sí, los Nachtjäger, pese a no contar con excesiva presencia en el frente y tampoco aportar el papel clave que de ellos se esperaba en aquellos años de 1944 y 1945, dejaron su impronta en la Historia. Tal vez no por sus acciones. Tal vez menos aún por su escasa presencia en los escenarios donde tuvieron lugar los últimos combates de la Segunda Guerra Mundial… Pero tal vez sí por su revolucionario aporte a la tecnología bélica y su influencia en décadas posteriores.
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¿Se acuerda el lector cuando los medios de comunicación, a comienzos de los años 90, nos bombardeaban con impactantes imágenes de combates nocturnos en la primera Guerra de Irak siempre teñidos de luz verdosa?

Soldado alemán camina por un campo embarrado con un StG-44.
Cuánto evoluciona la técnica cuando el ser humano, detrás de ella y su desarrollo, se obstina en maquinar mil y una tretas cuyo objetivo siempre persigue el mismo fin: aniquilarse a sí mismo.
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¿Creía el lector que este asunto de la visión nocturna fue algo revolucionario?
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La Historia esconde tecnología militar de aquel conflicto mundial que puede resultar todavía mucho más sorprendente.
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Ⓟ y Ⓒ Daniel Ortega del Pozo
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