Verano de 1940. Berlín. Un apacible atardecer decora con su cálida luz las últimas horas de actividad en las calles de la capital del Tercer Reich. En las inmediaciones del parque zoológico, grupos de niños remolonean los minutos finales de asueto que les conceden sus padres. Jóvenes matrimonios disfrutan de la relajada estampa al tiempo que pasean arropados por el cántico de aves exóticas confinadas en el cercano zoo.
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Sí, por extraño que le parezca al lector, la salvaje brutalidad desatada por la Segunda Guerra Mundial aún no ha tocado de lleno a la sociedad berlinesa. Padres que aún no han sido llamados a las filas de la Wehrmacht (Ejército alemán)… Madres que aún no se han visto envueltas en la vorágine de los efectos devastadores que la contienda está por ocasionar en la retaguardia…
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Niños que, ajenos a la lejana barbarie que se desarrolla más allá de las fronteras de Alemania, aún juegan, ríen, corren, brincan y disfrutan de su niñez; porque aún son solamente eso, niños.
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Ciudad alemana vista desde un bombardero aliado.
Se desata el infierno.
Ya de regreso a sus respectivos hogares, muchas de estas familias, que hasta hace poco sacaban buen provecho del tramo final de una tarde del ya casi extinto mes de Agosto, pronto van a ser testigos de algo inimaginable.
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25 de Agosto de 1940.
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Cielo salpicado de estrellas. Casi sin previo aviso, un grupo de bombarderos ingleses de la RAF (Royal Air Force) irrumpe contra todo pronóstico en los cielos de Berlín.
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Sorpresa total, pues semejante acción no cabe en la cabeza de ningún berlinés, ni mucho menos en las de los dirigentes de la Alemania entonces gobernada por Adolf Hitler.
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El zumbido de los motores de aquellas máquinas volantes, cuyas entrañas se hallan repletas de muerte, llama la atención de la ciudadanía e incluso despierta cierta curiosidad ante algo que, hasta la fecha, jamás se había producido… ¡Un bombardeo en la capital del Tercer Reich!
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Presagio de desgracia es lo que significa aquel rugido que se ha presentado así, de pronto. Pese a los vanos esfuerzos de la defensa aérea alemana (nada que ver con la existente en Berlín hacia mediados y finales de la guerra), los bombarderos británicos, apenas veinte, se abren paso y dejan caer su carga mortífera. Apenas han sido un centenar de bombas las que han estallado en un barrio residencial, pero el daño ya está hecho, la respuesta de Churchill ha conseguido su efecto. La venganza está consumada…
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Esta entrega al completo, y muchas más, disponible en mi reciente publicación titulada «Soldados. Hazañas y batallas».
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Ⓟ y Ⓒ Daniel Ortega del Pozo
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